Volvemos a coger camino. Nos levantamos y Bea reorganizó como pudo las maletas para que cupiera todo y no cargáramos con muchas bolsas. Como el cansancio aprieta nos levantamos algo tarde y a las 10:30 salimos del hotel, con un pedazo de dia de sol y 12ºC. Partimos hacia la estación a dejar las maletas en consigna tras pagar 4€ por un armario enorme donde cupo todo. La idea de hoy a primera hora era pura gula. Como en el hotel no dan desayuno, cogimos un tranvía hacia la zona de la Grande Place para desayunar un gofre, que los de aquí saben el doble de ricos, no se que le echan. Así que, ni cortos ni perezosos, acogimos el tram y nos plantamos, poco después, delante de un puesto de gofres para zamparnos uno con chocolate (Bea) y otro con fresas y chocolate (yo). Los dos por 6,60€ , vamos, si me apuras son más caros en España, y os aseguro que no escatiman ni con las fresas ni con el chocolate. Mientras los zampábamos paseábamos por las galerías Saint Hubert admirando lo bonita que es, con su tejado de cristal y metal y sus esculturas.
Paseamos hasta la Grande Place para volver a admirarla. Es la tercera vez que estoy en ella sigo viendo detalles por todos lados, haría falta un día sentado en el medio para poder ver todo lo que tiene que ofrecer. Para mi es la plaza mayor más bonita que he visto en mi vida, buscaré otra mejor, no lo dudéis.
Antes de irnos, fuimos a lo seguro. Tenía antojo de llevarme una caja de bombones del mismo chocolatero al que fuimos al última vez. No se si las hay mejores en Brussel, pero a mi estos me flipan con mayúsculas. No soy un gran admirador del chocolate (aunque me gusta muchas veces prefiero otras cosas de postre), pero estos bombones son otra cosa, puedes comerte uno y paladearlo media hora.
Tras hacer la compra y flipar Bea en el escaparate de una joyería con lo baratos que son los diamantes en Bélgica, partimos a coger el tren en la estación camino de Brugge, deseando que el coche estubiera bien, aunque suponiendo que sí. Por el camino, seguí con el libro, del que ya me falta poco para acabar. Llegamos al coche y, sólo un poco de polvo lo cubría debido a unas obras próximas. La verdad es que ha sido una feliz idea dejarlo en el P+R, ya que la idea original era dejarlo en Brussel, y nos hubiera costado 80€ de parking. Dejándolo en Brugge ns ha costado sólo 13€, incluyendo en ese dinero el día que pasamos en la ciudad viendo los canales y el bus hasta el centro de los dos, una ganga vamos. Cogemos el coche decididos a seguir la costa hasta Calais.
Así, partimos hacia Oostende, que viene siendo algo así como el Benidorm de Bélgica, pero con una iglesia preciosa. No paramos mucho en Oostende, pero si lo suficiente para dejar el coche en la playa (que está en plena ciudad) y bajar a tocar la arena repleta de conchas y el mar, que algo ya se echaba de menos. Bea estuvo un rato cogiendo conchas pequeñas y raras y yo acosándola haciéndole fotos mientras lo hacía.
Sólo paramos un ratillo y seguimos camino por la costa, mientras comíamos unas gominolas riquísimas que habíamos capturado en la estación en Brussel. Seguimos una costa que era toda playa y dunas, repletas de vegetación (tanta que la arena sólo se intuía) y de restos de edificaciones de la segunda guerra mundial (antiáreos, cañones y bunkers). Antes de salir de Bélgica paramos en un supermercado a hacer algo de compra autóctona pero no se que habría pasado que aquello parecía sacado de una película de desastres, ya que no había casi nada. Así que atrapamos lo poco que pudimos de allí, que vino siendo algo de salchichón de las ardenas, queso chimay, unas cervezas que volverán conmigo a Coruña y unos mejillones típicos de Bélgica.
Seguimos carretera con intención de ver el puerto de Calais y la costa que lo sigue hacia el sur. Sinceramente no me esperaba que Calais fuera tan bonito. Me esperaba una ciudad fronteriza, industrial, repleta de caminones y autopistas y sin alma. Lo que ví fue algo muy distinto, una ciudad con bonitos edificios históricos (especialmente alucinante el ayuntamiento, con una torre con reloj que tenia un aire al Big Ben). Aparcamos en un lateral del puerto, en la entrada de la playa y me bajé a hacer unas pocas fotos del espigón y de los ferries que salían y llegaban.
Unos franceses de unos 60 años se acercaron curiosos al civic porque no le veian la manilla de la puerta trasera. La verdad, ya hay varios modelos que tienen la manilla oculta, pero parece ser que nunca se habían fijado. Cuando les enseñé donde estaba, alucinaron xD. La verdad es que en el viaje hemos visto muy pocos civics, podría decir que en Coruña es muy muy fácil ver uno, pero por Europa llevamos contados 16 (muchas horas de carretera!), y sólo 2 de cinco puertas, lo cual, tras unos 4300 km que llevamos de viaje es bastante poco.
En fin, que salimos de allí por la costa, por carreteritas que nos enseñaban un paisaje precioso, de colinas onduladas y costas con dunas azotadas por el viento. Cuando dejamos de poder ir por la costa nos dirigimos hacia el hotel , en Saint Riquier al ladito mismo de una iglesia preciosa y muy cerca de Amiens, que veremos mañana para visitar la catedral. Por el camino paramos en un área de descanso que nos permitió ver la desembocadura del Somme.
El Somme es famoso porque marcó una de las batallas más sangrientas de la primera guerra mundial. Baste decir que el primer día de la misma perdieron la vida 50.000 soldados ingleses bajo el fuego alemán. En total en la batalla perdieron la vida un millón de soldados. Cuesta imaginar esa cifra de muertos en un franja de terreno de unos 30 km de largo... En fin, que hoy hemos vuelto a la carretera, así que vuelve a haber ruta aquí.
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